jueves, 25 de junio de 2009

Un acto de amor



Miraba el reloj, sentía como pasaban los minutos que marcaba el reloj, un pulso ardiente, acelerado y sincero, mi cielo, mi cielo estaba nublado, aun no sabía cómo iba a hacerlo, pero el día fue despejando y dándome más aliento para seguir adelante.

Lo tenía preparado hace unos días, algunos amigos sabían, pero no sabían que era lo que contenía el mensaje. Unos me decían que no lo hiciera, otros me apoyaban y varios eran indiferentes al respecto. Porque el solo hecho de pensar que aun te amo, que aun quiero volver contigo, les puede parecer loco, pero es lo que siento.


Sin importar nada, esperando a que la hora llegara, pensé en eso que iba a hacer, convertir tu camino, en mi camino, porque las ultimas palabras que mencionaste el día que hablamos por última vez, me marcaron, ese te amo que se metió por mis oídos, bajó por mi cuello y me hizo erizar, como sólo tu lo sabes hacer, fue el aliciente para seguir adelante con ésta locura.

El reloj que se puso de acuerdo con mi corazón, para mover las agujas al ritmo de su diástole, marcaba las once de la noche, tomé las plantillas que había preparado y cortado hacía días, las latas, papel periódico, mi saco y muchas ganas, todo iba acompañado de muchas ganas.

La policía pasó por primera vez, yo caminaba en dirección contraria a donde ellos se dirigían, ilegal, pensé, estoy haciendo algo ilegal que puede desencadenar en una noche en los calabozos, pero tu lo ameritas todo, tu eres todo.

Tres, cuatro, cinco veces, pasó la policía en toda la noche, yo esperé parado en la acera, se me acercaron y me pidieron les enseñara las manos, por poco y me descubren, al menos las manchas de pintura negra que tenía se habian borrado en mi pantalón, miré al cielo, sonreí, no solo llevaba las manos manchadas, tambien las tengo tatuadas contigo, estás presente en todo.

Los mensajes, cortos, pero significativos para ambos, los dejé asi, nada de aviso para ti, siempre he pensado que eres inteligente y que obviamente los vas a ver y vas a saber que fui yo quien los hizo, asi que apenas terminé, volví al carro y salí a sentarme en un parque, si, eran las tres de la mañana y me fui a sentar en un parque, ¿por qué?, no sé, me senté a pensarte, a escribirte, me senté a retratarte con mis lagrimas, a sonreír mientras te recordaba, a susurrar las canciones que te susurraba, me senté solo, con un refresco en las manos y muchos deseos de que los vieras ya, pero no, debes estar dormida, soñando, ¿con quién? No se, estarás soñando, tal vez conmigo a quien amas y extrañas, o tal vez a ese que tal vez le dices que amas para sentirte un poco mejor, pero simplemente sabes que no es asi, porque te duele verme, extrañas el sonido de mi voz, asi como yo extraño el sonido de la tuya, simplemente me senté a pensar en qué soñabas, a conformarme con saber que al menos en muchos de tus pensamientos estoy yo.

La noche cayó, el cielo empezó a aclararse y mi cielo se despejó totalmente, los ojos me pesaban, iba a dormir todo el día, las vacaciones me ayudaban a cumplir con eso. Tomé las llaves del carro, las latas y las plantillas, llegué a mi casa y descargué todo en mi habitación, me acosté en la cama y descansé, con esa satisfacción del deber cumplido, con esa satisfacción de que me quité un peso de encima, con esa satisfacción de que así vos sabrás que te llevo muy metida en mi corazón, con esa satisfacción de saber que tu camino, ahora también es mi camino.


Cuando desperté miré el celular, el reloj me decía que era diecinueve de julio, había dormido un día entero, el cuerpo había descansado totalmente, tenía veintitrés llamadas perdidas tuyas, sonreí, me lavé la cara, los dientes, eran las doce del medio día, salí de mi habitación y te encontré en la sala de la casa.

lunes, 15 de junio de 2009

Historia de amores y cuchillas

*Dedicado a Susie

Cuando cumplí cinco años, papá me dio la lección que había esperado. Él era barbero y siempre había dicho que yo iba a seguir con su profesión, ése día sacó de un bolso sus cuchillas, sus primeras cuchillas, eran de un color extraño, él dijo que estaban oxidadas, que siempre habían estado oxidadas, pero que eso no impedía que fueran las mejores cuchillas que había tenido en su vida, las puso sobre un paño, luego sacó una especie de tela del mismo bolso y lo colgó de uno de los pasadores del pantalón, haló desde el extremo que quedaba colgando y cogió con la otra mano una cuchilla, empezó a balancearla de un lado a otro sobre la “tela”, que luego yo entendería que era un afilador, así es como se le saca filo a las cuchillas, dijo.

Esa fue mi primera lección, con el tiempo vinieron otras, cómo hacer el mejor corte a ras de todo el pueblo, como hacer distintas figuras valiéndome solo de esas cuchillas y sin el uso de las maquinas eléctricas modernas. Papá tuvo que dejar de hacerlo y dejó el local sin tocarlo.

A la edad de 16 años yo ya era una joven estudiosa y con un gran dominio de las cuchillas, había aprendido a controlarlas casi como un acróbata, me gustaba sentir el grabado de ellas en mis dedos y deslizarlas por el ras del mentón de papá, al único ser que había afeitado; luego de pensar mucho y ver mi progreso, papá me propuso que tomara su puesto, yo accedí sin pensarlo.

El día era gris, entré al local, vi las sillas, el espejo, el tocador, todo estaba puesto a la perfección, tal y como papá lo había dejado, un poco de polvo y unas tantas telarañas, pero todo estaba bien. Me decidí a limpiarlo todo ese día y abrir al otro. Mi novio me ayudó a poner todo a la perfección, mientras yo limpiaba, él pintaba. La barbería tendría una extensión de servicio conmigo y era corte femenino también, porque además de las cuchillas, papá me vio cierta facilidad para manejar las tijeras y también me enseñó a trabajar con ellas.

Al otro día de todo lo que habíamos preparado, abrí el local y no tuve que esperar mucho para tener mi primer cliente, papá había ganado un nombre y era el mejor barbero del condado, así que muchas personas venían desde otros pueblos a que él los afeitara, mi primer cliente era nada más y nada menos que el jefe de la policía del pueblo, lo atendí muy bien, le unté la crema de afeitar desde el cuello hasta la parte debajo de la nariz, mis manos temblaban, una gota de sudor hizo un extenso recorrido desde la parte de atrás de mi cuello, se metió por entre mi camisa, bajó por la espalda, llegó y terminó su recorrido en el borde del pantalón, tomé la cuchilla y la pasé con la misma velocidad que papá me había enseñado, en menos de lo que pensé había terminado con mi primer cliente que no fuera papá, el hombre quedó contentísimo. Sonrió, yo miré hacia atrás a la sala de espera y estaba llena, cerca de quince personas esperaban ser atendidos.

Iba trabajando de a poco, ganando nombre tanto entre hombres como entre mujeres, el negocio crecía y cada vez venía gente de más lejos a que yo les afeitara, les hiciera un corte o solo a saludarme, a preguntarme por papá o a tomar un café.

Un día de octubre, lo recuerdo muy bien, abrí normal, a los dos minutos entró ella, ¿su nombre?, Luna, si, tan perra como la luna que sale en las noches y deja que todos se conviertan en sus dueños con unas simples palabras, tan perra como la luna que solo deja de prostituirse cuando tiene el periodo, ese que nos llega cada 20 días y ella lo llama luna nueva. Entró, me saludó, mi novio, me había hablado de ella, de su pasado con ella, que no fue nada más que un beso, pero para ella fue un noviazgo entero, sonreí al verla, sonrisa hipócrita, pero sonrisa, a todos hay que atenderlos de la mejor manera, siempre me dijo papá.

Se sentó en la silla roja, la amoblada de mejor manera, hazme un corte picado, que se me vea la espalda y que haga combinación con mi escote, dijo. Yo accedí. Empecé con mi labor y ella empezó a hablarme de Santi, que aun la buscaba, que le pedía que se acostaran y hasta más, yo no toleraba, porque sabía cómo era ella, como siempre buscaba acabar relaciones solo para pasar noches de erotismo con otros, yo no le creía, porque Santi pasaba todo el día conmigo en el local, había montado su estudio musical al lado de mi negocio y así nos veíamos todo el día cuando uno de los dos tenía un momento de descanso.

La maldita seguía hablando de eso, de su pasado, de todo lo que había sido Santi en el pasado, él pasó, ella lo saludó con un abrazo y casi se lo come con un beso que le dio en la mejilla, mas rabia me dio, porque interrumpió mi trabajo, le pedí a Santi que se fuera y cerrara bien la puerta, él lo hizo, ella volvió a sentarse y siguió hablando. ¿Viste como me miró?, me preguntó, Yo creo que aún le gusto, dijo. El odio que sentí ahí fue mucho más que antes, la miré por el espejo, le sonreí nuevamente, ¿cómo puede alguien ser tan cínico y tan iluso?, le dije que iría al baño que me esperara, le entregué una revista donde daban noticias sobre los famosos, sabía que ella era así de plástica que le importaba la vida de otros y no la suya, aunque ella era más famosa que los que salían en la revista por sus actitudes y shows sexuales con los hombres del pueblo, había pasado por casi todos.

Entré al baño, saqué del bolsillo del delantal la cuchilla más pequeña, el afilador lo estiré con la mano izquierda y con la derecha empecé a afilar, eso me calmaba siempre que tenía rabia. Volví a salir del baño.

Volví y me puse tras ella, le sonreí, ella me sonrió, Santi acabó de pararse en la ventana a verme, me miraba, no sabes como me miraba, dijo, me dio ira, ira mala, cogí la tijera, iba a seguir con mi trabajo, no sabes las ganas que tengo de besarlo, volvió a decir, algo pasó por mi cabeza, saqué la cuchilla pequeña que había afilado en el baño, la pasé por su cuello, la sangre manchó el espejo, sonreí, descansé, limpié el local y luego seguí trabajando.

viernes, 12 de junio de 2009

La Posta (Capitulo 5)





Capitulo 4

Pero si me acerco y le hablo, ¿qué le digo?, que la vi pasar y la vi a lo lejos y me acerqué, ¿solo eso?, sería imbecil, llegar y simplemente decirle que estaba por acá cerca y que me había gustado su cabello, pero, si realmente fue eso lo que me atrajo de ella, aunque digamos que sus ojos azules como el mar también me habían llevado a seguirla, pero ¿seguirla?, si desperté, la vi y salí de casa, ¡no la he seguido!, estoy acá es porque simplemente no me soporto, porque quería cambiarme, totalmente cambiarme, al menos por un día, salir a caminar y devorarme las calles de ésta ciudad.

Cada vez estoy más cerca, solo tres pasos me separan de ella, ¿qué puedo decirle? ¿Cómo podré entablar una conversación con ella sin sonar aburridor?

Ella gira y me ve acercarme, sonríe, trae unos dientes filudos, tal vez tendré que hacer uso de ese año de odontología que hice en la universidad antes de retirarme y darme cuenta que lo único que quería era no volver a ver sangre en mi vida. Pero tampoco, sería tomar demasiada confianza que no se me ha dado.

-Hola- digo sonriendo.

-Hola- responde ella.

-¿Por qué andás tan sola?

-Quería escaparme de mi vida monotona, mi novio, mi madre, tenía dentista y no fui, me dio algo y no me soporté así que dejé todo y salí a caminar, frente al mar que siempre me relaja con ese vaivén.

-Ya somos dos, yo tampoco me aguanté y salí a caminar- ¿será que lo que no me aguanté fue las ganas de hablarle?, ¿será que la quiero para mi?- vaya que si es una coincidencia esto que nos ocurre, dos jóvenes, que salen a caminar y se encuentran en el mar, solo porque no se soportan.

Ella sonríe. Yo pienso en su belleza, su voz es como la de una sirena, hace que me pierda y tal vez la podría seguir hasta donde ella me lleve con sus melodías.


Santiago del Río inició "La Posta". Le propuso a Guille continuar el relato. Luego siguió Rayuela y luego Celes! quien me pasó la posta a mi. Ahora es mi turno: entrego la posta a Lunaazul y Espero la continuación.

lunes, 8 de junio de 2009

Instrucciones para caerse

Este es un juego que me propusieron hacer y es que basado en el cuento “Instrucciones para subir escaleras” de Julio Cortazar en Historias de Cronopios y de Famas, escribiera un cuento que se titulara “Instrucciones para…” y aquí va…


Caminar hacia el frente siempre ha sido algo que el ser humano ha hecho desde el momento en que empezó a evolucionar, mirar el suelo es costumbre de muchos y malestar de pocos, algunos con frecuencia notan los pliegues y relieves dignos de una cordillera que puede ofrecer el suelo, otros como es mi caso, no.

Victimas de estos pliegues que encontramos en las aceras, calles y caminos del mundo, hemos decidido levantar al menos una voz, donde solamente mostraremos la mejor manera para no raspar las rodillas.

El camino se hace largo, la vista en alto, mirada al horizonte, los pies van uno tras otro, jugando “a que te cojo ratón”, pero nunca se alcanzan. Tus ojos no siguen tu caminar porque ellos dicen no ser dignos de mirar al suelo, tus pies danzan y las piedras y pliegues van desandándose bajo ellos, las sonrisas de una grata compañía salen de tu boca.

El pie derecho se eleva a dos milímetros del suelo, golpea con la acera que en ese preciso sitio se elevaba seis milímetros, la punta del recubrimiento que el pie lleva para protegerse, se contrae, se ensancha nuevamente y hace que el cuerpo vibre, la rodilla se dobla, el pie izquierdo buscará ser equilibrio, pero usted deberá hacer con el mayor de sus esfuerzos cerebral, que no lo sea, la rodilla izquierda debe doblarse también, acompañar a la derecha en esa danza interminable, el cuerpo debe inclinarse en un ángulo de sesenta grados hacia el frente, las manos deben soltar lo que se tenga en ellas e ir acompañando la inclinación del cuerpo, luego de uno punto tres segundos, verás como ambas manos chocan contra el suelo, los codos también lo harán y sentirás un leve ardor, las rodillas caerán, el golpe será espectacular y la sonrisa de quien te acompaña sonará como un concierto de Pavarotti en la sala de tu casa, habrá ardor en las rodillas, un pequeño orificio en el recubrimiento de tela que va sobre tu piel de las piernas. Con una sonrisa y la cara colorada, te pondrás de pie, esperando nuevamente volver a repetir este procedimiento una y otra vez.

miércoles, 3 de junio de 2009

La chica de los dulces.

Cuando yo tenía diez años ya llevaba un año más o menos viajando solo de mi casa al centro de la ciudad. En esa época apareció en el bus que viajaba una niña, digo yo que tendría unos ocho o nueve años.

Era bella, una tímida sonrisa, cabello largo y castaño, piel trigueña, ojos claros, tal vez verdes. Ese día subió sola, saltó la registradora y ofreció tres dulces, uno por cien, tres por doscientos, papá me daba siempre dinero para los pasajes, otros dos mil más para comer y unos trescientos para comprar dulces, una de mis más grandes adicciones. Compré la promoción, ella me miro a los ojos y me sonrió mientras me recibía el dinero, por esos días no la volví a ver. 

Dos meses después realizaba yo el mismo viaje, la niña volvió a subir, su ojo derecho iba pintado con un color morado, se había caído pensé, ofreció el mismo dulce, yo volví a comprarle y ella volvió a sonreír. 

Encuentros esporádicos cada dos o tres semanas, a veces subía con algún moretón, jugaba mucho, pensé, pues yo muchas veces también llevaba mi piel lastimada, lo único que se me hacía extraño era que muchas veces fuese la cara la que tuviera herida. 

Mi vida avanzaba, yo llevaba de vez en cuando ropa nueva, mientras ella muchas veces la vi con la misma ropa, meses duraba con ella. Yo seguía comprándole los dulces. 

Hoy, casi diez años después, la encontré nuevamente, llevaba una camisa amarilla, ojeras prolongadas y gigantes, su cara triste, hoy noté algo en ella, su aspecto físico había cambiado y una barriga la adornaba, era firme, ella me miró, una lágrima salió de sus ojos, me entregó los dulces, a doscientos, dos por trescientos, cuatro por quinientos. Saqué el dinero y le pagué, ella hizo su rutina y se sentó a mi lado. 

-Mucho gusto, Andrea- dijo

-Mucho gusto, JuanSe, hoy no sonreíste-le dije.

-Ya no quiero sonreirte.

-¿Por qué?

-Te vi crecer, me viste crecer y me gustabas pero era imposible.

-¿Por qué imposible?-le pregunté.

-Porque vos sos rico y yo no, además siempre me dio pena mi aspecto- dijo.

-Yo te veía los moretones y siempre pensé que te los hacías jugando.

-Pues sos muy inocente- dijo- fui maltratada, siempre, golpeada y hasta violada.

-Lo siento- le dije.

-No, no lo sentís, es solo lavarte las manos por algo que no te produce ni lástima, a ustedes los ricos no les duele nada. Me voy.

-Pero deja tu resentimiento, además no soy rico…

 

Me dejó con la palabra en la boca, se bajó del bus y nunca más la volví a ver.