sábado, 31 de octubre de 2009

Decisiones

A Un Gran Amigo

Basado en las canciones: "Decisiones" de Rubén Blades (primera Estrofa) y "Angel Sin Sol" de Grito

Esa noche, fue como todas en las que hacía frío y ambos encontraban en sus cuerpos desnudos unidos bajo las sábanas la razón para estar erizados y excitados, mientras calmaban lo congelados que podrían estar. Llevaban dos años de un noviazgo envidiable, lleno de sonrisas, chocolates, sorpresas, flores, una relación chapada a la antigua, con poemas en papel que ambos se escribían, canciones, abrazos, besos profundos y noches donde ellos sabían disipar el frío con calor. Cada que esto ocurría hacían el amor hasta cansarse, se fundían el uno en los brazos del otro y acababan dormidos en la misma cama. La madre de ella pese a siempre haber estado en desacuerdo con que durmiera en casa de él, había aprendido a entenderlo, pues muchas veces se quedaban hasta muy entrada la madrugada juntos y era peligroso que ella saliera para su casa sola.

Luego de esa noche pasaron varios días, algo indicó que cuando fundieron sus cuerpos en uno solo, algo había pasado, fue tan profundo el encuentro, que la vida empezó a formarse en el interior de ella, donde poco a poco el fruto de ese amor, iba creciendo. Ambos, llenos de miedo, esperaban a que algo indicara lo contrario, pues a sus veintiún años, tal vez eran aun muy jóvenes para afrontar el tener que criar un hijo, pero pese a esa inexperiencia, tal vez llenos de ese amor que siempre los movía y que los había llevado a apoyarse y darse ánimos en todo momento, decidieron afrontar el hecho y seguir adelante.

Ahora la situación está en cómo contarle a los padres, pues están completamente seguros que muchas cosas cambiarán de ahora en adelante y lo más viable es que terminen en el altar.

Luego de que nada cambió, la decisión se hizo cada vez más fácil, los dos habían decidido seguir adelante, pese a la intervención de la madre de ella, donde el consejo era que no fuesen a cometer ese error, que habían opciones, que ese niño iba a sufrir mucho si llegaba a la familia, pues la inexperiencia era lo que primaba en la vida de los dos.

Pasaron dos meses, la barriga de ella empezó a crecer, poco a poco era más visible el embarazo y aún más los consejos de su madre, donde le seguía repitiendo que no era necesario que se amargara la vida desde tan joven. Ella hacía caso omiso.

Él estaba feliz, compraba camisetas de sus bandas favoritas en colores infantiles, para así ponerle, fuera niño o niña, a su bebé, preparaba la habitación en el apartamento que sus padres le habían regalado cuando tenía diecinueve y donde se suponía iban a vivir, porque el matrimonio estaba a la vuelta de la esquina. Se podía quedar toda una tarde acostado en la barriga de ella que crecía cada vez más, a los tres meses ya era gigante y él sonreía al compás de las canciones que le cantaba, eran felices.

Un día, él por motivos de trabajo, tenía que alejarse de la ciudad, pero prometió llamarlos a diario, a ella y al bebé, para saber como seguían, ella admitiendo esa distancia, lo dejó partir, con lágrimas en los ojos, pero segura que debían hacerlo.

Así fue, él llamaba a diario, pero al tercer día de su ausencia, ella no contestó el teléfono, ni el celular, ella simplemente no contestó. Se empezó a preocupar, pero igual se tranquilizó, alguna cosa, un paseo, se fue de la ciudad, dejó el celular. Al otro día, volvió a llamar, la mamá contestó y dijo que ella no estaba y que había dejado el celular, a él le pareció extraño, pero siguió tranquilo.

Luego de ocho días fuera de la ciudad, volvió a su casa, esperando encontrarla a ella y a su bebé igual que cuando se había ido, pero no fue así, la encontró acostada en una cama, sin la barriguita, todo se había ido, lo único que hizo fue romper en llanto y salir corriendo de ahí, mientras quería borrar de su mente la imagen de ella asesinando a su propio hijo por consejos de la madre.

sábado, 24 de octubre de 2009

Escopolamina

Me subí en el Metro que había recién llegado a la plataforma, Uvita me acompañaba, ibamos a tomar café a Junín, en esas un empleado del Metro entró en el vagón, se me acercó y dijo mi nombre.

-JuanSe, tiene una llamada en el centro de atención de la estación.

Extrañado le dije a Uvita que me esperara y salí a atender la llamada.

-¿Aló?- dije.

Al otro la voz de mi papá reaccionó – ¿Con quien hablo?- preguntó.

-Con JuanSe, tu hijo.

El sonido al otro lado de la linea se distorsionó, sentí que le quitaban la bocina.

-Buenas- dijo una voz femenina.

-Si, aló- respondí.

-Mire, por lo visto éste hombre que está acá con nosotras es su papá, porque en el celular tiene anotado su numero como “JuanSe Hijo”, él dice no recordar nada y anda con un bolso negro y unos papeles.

-No puede ser, lo sedaron para robarlo.

-Lo más posible es que sea así. Dice no recordar nada.

-Bueno, entonces no lo dejen ir, yo voy por él.

-Listo, estamos en la estación San Antonio.

-Está bien.

El tren había iniciado el recorrido hacía ratos y Uvita me había hecho señas de que me esperaba en la estación siguiente a donde yo estaba hablando por telefono, colgué extrañado, pensando en por qué el telefono del metro fue el que sonó y no mi celular.

Llegué a Envigado, la siguiente estación y empecé a buscar a Uvita, subí hasta las registradoras y no la encontré, cuando iba volver a bajar me encontré de frente con mi papá. Traía una camisa amarilla, un pantalón anaranjado, unos zapatos negros bien lustrados, todo nuevo, una cadena que pendía de su cuello con un dije en forma de corazón, me extrañé, ahora si creía que estaba sedado. Papá siempre vestía de jeans, tennis para montar en patineta y camisas manga larga, lo unico que le quedaba de su atuendo habitual era el bolso negro.

Me le interpuse en el camino.

-Pa, a ¿donde vas?

-Joven, dejeme pasar.

-Viejo, en serio, ¿qué pasa?

-Nada, deme permiso que debo ir a entregar esta plata y el billete negro a mi hijo.

-Pero si yo soy tu hijo.

-Se lo voy a llevar a tu hermano mayor.

-Viejo, yo soy tu hijo mayor.

Cuando ibamos llegando a McDonalds del Metro, unos chicos estaban ahí sentados.

-Mira, es tu hermano- dijo.

-Viejo, él no es hermano mío, a vos te sedaron para robarte.

Él medio reaccionó, yo lo abracé, el ladrón vio que yo estaba ayudandole a papá, sacó su arma, papá se agachó porque le agarré la cabeza y salimos corriendo, se escucharon tres disparos, yo sentí dos chuzones, uno en la espalda y el otro en el brazo izquierdo.

Un policía se enteró y se nos acercó, los ladrones se atrincheraron en el local comercial. El policía pidió refuerzos, llegaron cerca de ocho policías de los alrededores, planearon su estrategia, yo seguí con papá, ellos entraron por el cinema así saldrían por la parte de la cocina de McDonalds y podrían aprehender a los ladrones. Se escucharon muchos disparos.

Papá volvió en sí, cuando la adrenalina se me bajó de la cabeza me vi sangrando en el brazo, con mucho dolor y sin poder moverme.

-¿Qué te pasó?- preguntó papá.

-Nada, un par de disparos. ¿Vos cómo estás?- le dije yo.

-Bien. Un poco atontado.- sus ojos se llenaron de lágrimas.

-Relajate, ¿cuanta plata se llevaron?

-No se, acá en el bolso están los ocho millones de pesos de mi cuenta y los dos de la cuenta de tu mamá.

-Ah bueno, al menos no se perdió.

Sentí un chuzón profundo, la respiración se me aceleró y empecé a perder el aire, papá empezó a llorar y a gritar que me iba a morir, en esas llegó Uvita y me vio tirado ahí tambien, ella se le agregó a papá en las lágrimas. Yo cada vez sentía más la perdida de aire. Hablar me era imposible, solté un suspiro gigante, mi cuerpo ya se estaba yendo y desperté.

martes, 20 de octubre de 2009

Fantasía en el metro

Eran las once de la noche, terminé de bajar las escaleras del metro, miré hacia la plataforma y estaba vacía, solo una chica esperaba conmigo.

Cabello oscuro que caía hasta los hombros, piel canela, ojos claros, tanto como la miel, su cuerpo esbelto, senos medianos y redondos, caderas anchas, su ropa no me gustó pero la hacía ver atractiva, su combinación generaba impacto, pero porque el verde de su blusa y el rojo de su buso no siempre se ven bien juntos.

Yo seguí caminando hacia el final de la plataforma, ella me siguió con la mirada, el reloj marcaba las once y tres minutos, llovía a cántaros, me detuve, ella me miró fijamente y disimuladamente se me acercó.

-¿Aún pasan metros?- preguntó.

-Si, creo que aun faltan dos- dije.

Ella me sonrió y yo le devolví la cortesía con una también.

Llegó el metro, subimos en el mismo vagón, estaba vacío, yo me quedé parado y ella se paró a mi lado, saqué el libro y empecé a leer.

-¿Qué lees?- preguntó.

-Un libro sobre espionaje- respondí.

-¿y por qué la pasta es una entrepierna de una mujer?

-No sé, también narran escenas de sexo, en lo que se basa el libro es espionaje utilizando involucrarse con el espiado.

-¡Qué bueno!

Yo sonreí, ella también, se abalanzó sobre mí e intentó besarme.

-¿Hasta que estación vas?- preguntó

-Hasta la última- le dije.

-¡Qué bien!, yo también, o sea que aún tenemos tiempo.

-¿Tiempo? ¿Para qué?

-Pues no se, di tu, haz lo que quieras, yo te cumplo cualquier fantasía.

-¿Segura?- la miré, ya mi mente se había empezado a enturbiar.

-Totalmente.

La tomé de las manos, me fijé quien nos acompañaba y al fondo solamente estaba un borracho dormido, medí el tiempo y aún me faltaban doce estaciones para llegar.

-No puedes decir nada porque nos pueden descubrir.

-Está bien, no pierdas más tiempo.

Sus manos me abrazaron, su boca buscó la mía, me llegaba al pecho, entonces tenía que esforzarse un poco para llegar a ella, no la dejé besarme, le quité los audifonos y el buso, subí sus manos al tubo y la amarré de las muñecas ahí con ellos,

-Oh, te gusta dominar, sigue- decía excitada- desnudame.

Cogí mi lapicero y empecé a chuzarla poco a poco.

Ella seguía disfrutándolo. Volví a poner la mano en el bolso y encontré mi bisturí.

-Cierra los ojos- le dije.

Ella los cerró.

Empecé a recorrerla con el bisturí, ella se erizó con el frío de la cuchilla. Abrió los ojos y se los tapé nuevamente. Empecé a rasgar de a poco la piel de sus brazos con cortes suaves, ella se asustó y abrió los ojos.

-¿Qué me haces?- dijo.

-Tranquila, yo se lo que hago, además me dijiste que podía hacerte lo que quisiera.- respondí ofuscado.

-Pero me haces daño.

-Es cierto y aun falta- le dije sonriendo.

-No- gritó.

El borracho abrió los ojos, miró la estación en la que ibamos y se bajó.

Rasgué y rasgué su piel de los brazos, los cuales sangraban mucho, pues repetía cortes uno encima de otro, ella seguía desesperada.

-Soltame- gritó.

Subí la hoja del bisturí y le empecé a rasgar el cuello.

-No me vas a tocar la cara- gritó

-Relajate.

Mi mano no se detenía, subía el bisturí del cuello hasta la frente, se detuvo en el parpado y empezó a rasgarlo, tres cortes y ya era profunda la herida, ella gritaba aun más. Faltaban dos estaciones, el tiempo se me acababa.

-Te va a coger la policía- me dijo.

-Eso esperas- sonreí irónico.

Tomé mis audifonos, me puse a su espalda y empecé a besarle el cuello.

-Uy, pensé que se te había olvidad lo que te propuse- decía gritando mientras se erizaba.

-No, relajate.

Puse los audifonos alrededor de su cuello mientras la besaba, empecé a hacer presión, ella forcejeaba, seguí apretando, el verde de mis audifonos resaltaba en su blusa. Ella se ahogaba.

-Es lo unico que te mereces por perra- grité.

Sentí que su cuerpo se soltó, ya había hecho lo que quería.

“En esta estación el tren termina su recorrido, gracias por utilizar nuestro servicio”- dijo la voz del tren.

Guardé mi bisturí y me bajé del tren. Dejandola a ella colgando del tubo.

jueves, 15 de octubre de 2009

Nunca Jamás

A Wendy, Por dejar la ventana abierta cada noche.

El día que la conocí no supe que fue lo que pasó, yo con veinte años y ya luego de haber crecido y de haber dejado el amor guardado en un cajón, la vi y me gustó.

Ese día me preguntó por mi nombre y lo que más me gustaba hacer. Le dije que mis noches eran dedicadas a estar en tejados mirando las estrellas, escuchando el sonido de las noches y viendo la luna, pero que hacía ratos no lo hacía.

-¿Y por qué no lo has vuelto a hacer?- preguntó.

-Porque dejé de ser quien era, para convertirme en alguien normal.

-Y ¿es que quien eras?

-No lo vas a creer, pero yo antes podía volar.

-¿Podías volar?

-Si.

-¿Y como?

-Con el poder de mis deseos.

-Y ¿Me enseñarías como?

-Si.

-¿Cómo?

-Deja la ventana de tu habitación abierta.

-Y eso como ¿para qué?

-Para enseñarte, solo que debo visitarte a tu casa. ¿Dónde vives?

-En Colinas del Sur.

-Listo, entonces mañana en la noche buscaré la única ventana abierta en esa urbanización y te enseñaré a volar.

Esa noche lleno de alegría, volví a casa, busqué en el baúl, todo lo que había dejado anteriormente, el traje verde lo tomé, me lo medí y ya no me servía, tocó volver a tejer uno nuevo, el amor lo saqué y lo deposité en mi corazón nuevamente, ahora lo más difícil, saqué el baúl pequeño donde había dejado guardada mi sombra para que no se escapara, cosa que hacía muchas veces, la saqué y la cosí nuevamente a mis pies.

Con todo listo, miré el reloj, eran las dos de la mañana, recordé como Campanita me había enseñado a volar, cerré los ojos, deseé verla esa noche y me elevé, salí por mi ventana, viajé por encima de las nubes, llegué a su urbanización, busqué ventanas abiertas y encontré una, miré en el interior y la vi a ella dormida, me senté en la ventana y la vi dormir. Me quedé ahí, mirando su habitación, sus dibujos en la pared, el nochero tenía la etiqueta de la malta que yo me había tomado cuando estaba con ella, hasta que sonó el despertador, ella se despertó, yo me alteré y salí volando.

Ese día en la noche, luego de estudiar, me volví a poner el traje, esta vez fui más temprano, eran las once de la noche, llegué a su ventana, ella me vio, se asustó y me sonrió, me dijo que la esperara escondido en la ventana.

Cuando todo se había apagado, me dejó entrar.

-¿Tu estuviste anoche acá?- preguntó.

-No.

-Si, yo te vi, saliste hoy cuando me desperté.

-Bueno, si, tienes razón.

-Ahora enséñame a volar.

Le dije lo que Campanita me había dicho, pero ella mientras lo hacía no se elevaba, así que saqué unos cuantos polvos mágicos que guardaba en una bolsa, se los eché, la tomé de la mano y nos elevamos.

Salimos volando por su ventana, nos sentamos en una nube a conversar, comimos un poco de cielo y decidimos repetirlo siempre. Diariamente hacíamos viajes a distintos lugares del mundo.

Un día, luego de tres meses saliendo a volar por el mundo, le hablé de Nunca Jamás, el país de donde yo venía, le dije que allá no envejecemos, porque es como vivir en un cuento, ella me dijo que conocía un poco de él, pero no pensó que fuera real, me dijo que quería ir, le prometí que el fin de semana lo haríamos.

Llegó el fin de semana, ella me esperó en la ventana como era ya costumbre, me tomó la mano y voló a mi lado, cuando llegamos a Nunca Jamás, se me acercó tanto que sentí mariposas en el estomago, fuimos a sentarnos en las rocas que miraban el oceano, ella se me volvió a acercar, me besó y me dijo que no quería volver a su país, porque quería quedarse conmigo para siempre viviendo ese amor que había empezado a sentir a mi lado y además porque no quería crecer si no era a mi lado.

Nunca jamás volvimos, nunca jamás nos molestaron, nunca jamás.

sábado, 3 de octubre de 2009

Esto es un asalto


Juan y Andrés, eran un par de jóvenes del barrio, que habían crecido siendo los mejores amigos, pero en este momento andaban en una muy mala situación, estaban sin trabajo y les tocaba buscar la manera de tener algo de sustento para comer. Fue por esto que decidieron robar algún negocio.

Se habían dispuesto a realizar su plan, las armas bien enfundadas, limpias, pero descargadas, querían simplemente darle un susto y robar a Doña Esther la señora del restaurante de la esquina.

Llegaron con los rostros cubiertos y un gran cosquilleo en el estomago, las piernas les temblaban, la voz tambien se notaba asustada cuando hablaban entre ellos, sacaron las armas y a los gritos increparon a Doña Esther.

-¡Quieta ahí- le gritaron- esto es un asalto!

La señora levantó las manos y los miró a los ojos.

-No me vayan a matar- dijo ella.

-Tranquila, señora, solo queremos que nos entregue el dinero- Dijo Juan.

Ella se dirigió a la caja registradora. Se demoró un poco y ellos volvieron a increparla, luego se dirigieron a la cocina y amenazaron a los cocineros, tomaron un poco de pan y empezaron a comer, simplemente subieron sus pasamontañas y masticaron sin dejar de apuntarle a sus rehenes.

Doña Esther viendo eso, pidió que les sirvieran un almuerzo para cada uno, ellos se negaban, pero se los sirvieron.

Ellos se sentaron a comer y a su lado estaba ella.

-¿Por qué roban?- Preguntó.

-Porque no tenemos qué comer- respondió Juan.

-¿Juan, eres tu?

-No.

-¿Cómo no?, si te he visto crecer y conozco tu voz.

-No señora, me está confundiendo.

La mirada de Juan se alteró y empezó a mostrar su nerviosismo al encontrarse con la de la señora.

-Pues, si no tienen qué comer, pueden venir acá a hacerlo, yo no tengo problema en regalarles un plato.

-Pero es que usted no entiende, no es solo comida, necesitamos el dinero para sobrevivir. Además, yo no sé que hacemos hablando con usted, quédese callada- volvió a apuntarle con el arma.

-Pero Chicos, si yo solo quiero ayudarles.

-No, no puede ayudarnos vieja, tráiganos el dinero de la caja y preocúpese más por su vida que si sigue con sus preguntas, puede perderla.

La señora se asustó, pero no se quedó callada.

-Pues chicos, si les parece buena idea llevarse el dinero, háganlo, terminen la comida y llévenselo, igual ustedes lo deben necesitar más que yo.

Los jóvenes terminaron de comer, se pararon, tomaron el dinero, salieron del restaurante y en ese momento, los policías que habían llegado por la activación de la alarma silenciosa del restaurante, los apresaron.