jueves, 24 de diciembre de 2009

Noche en vela

Llevaba más de cinco años trabajando en San Juan, un pueblo a cinco horas de Primavera, su ciudad natal.

Rubio y de ojos claros, alto, tal vez la única herencia que tuvo de su padre italiano que vino por la guerra y dejó abandonada a su madre cuando se enteró del embarazo.

Salió del trabajo, se encontró con Manuela, la hija del alcalde, que contaba con un físico espectacular, cabellera oscura, ojos claros, piel trigueña; dialogaron, pues se había convertido en el sicólogo y consejero de ella y otros cuantos más habitantes del pueblo, ella con sus veinticuatro años encima y él rondando los treinta y cinco, buscaron un bar donde entraron y se tomaron un par de cervezas.

El barman lo conocía y le sonrió, miraba con complicidad como entre él y ella había cierta cercanía que tal vez nadie se atrevía a entablar, por el respeto que él les profesaba. De a poco pasaron de cerveza a una botella de aguardiente, como para entrar en calor. Manuela pese a ser tan pretendida y respetada por todo el pueblo, sentía cierta atracción por él y esperaba que ese fuera tal vez el día en el que todo tomara un nuevo rumbo, pues las visitas que llevaban frecuentando durante más de seis meses a escondidas de su padre no pasaban de unos cuantos besos, pero a ambos se les notaban las ganas que se tenían.

Solo bebieron dos tragos de la botella que habían pedido cuando decidieron pararse e irse, le pagaron la cuenta al barman y salieron tranquilamente cruzando el parque del pueblo e internándose en la casa de él.

Apenas cruzaron el umbral y ya ella estaba encima de él, le quitó la camisa entre besos en el cuello, él se sonrojó, pero siguió los pasos de ella, le desanudó el vestido a flores que llevaba puesto, Manuela quedó en tanga, pues sus senos juveniles no necesitaban de un sostén para verse bien erguidos, y la excitación los hizo tornar de un color más rosado del que acostumbraba, poco a poco fue ocupándose del pantalón de él hasta dejarlo en ropa interior, que rápidamente también pudo despojar.

Él la miraba excitado, empezó a recorrerla con la lengua, desde el cuello hasta la punta de los pies, cada que lo hacía ella erizaba uno a uno sus poros, en el exterior empezó a llover, así que el frío que se filtraba por la ventana erizó ambos cuerpos que poco a poco se fundían el uno en el otro.

La lengua de él se posó en el abdomen de Manuela, que gemía de solo sentir como se mojaba mientras él seguía bajando con su lengua y su aliento por su cuerpo, poco a poco siguió bajando y en el momento en que llegó a su sexo, sintió como se arqueaba su espalda, los gemidos de ella se agudizaron un poco más. Mientras ella gemía, él se excitaba cada vez más, el reloj sonó, eran las tres de la mañana, pero siguió con su labor, ella lo disfrutaba cada vez más, no sabía de donde agarrarse por la excitación.

Cuando la penetró, Manuela sintió que algo le bajaba por la columna, su cuerpo se tensionó, erizada desde las mejillas hasta los pies, fue incontrolable la sensación que experimentaba en ese momento, él seguía con sus movimientos leves y delicados, procurando que ella disfrutara al maximo del orgasmo que estaba viviendo, ella seguía cada vez más tensa, era extraño, pero lo gimió y lo gritó tan fuerte, que pensó que la escucharían en la casa del alcalde y saldrían a ver qué habría pasado.

La noche fue su fiel compañera, entre orgasmo y orgasmo se fueron consumiendo los minutos de ambos, para ese momento el gallo empezaba a cantar con los primeros rayos del alba, él miró el reloj, eran las cinco y veinte de la mañana, exhausto por toda la noche que había tenido, le dijo a Manuela que debía ir a trabajar, que podría quedarse durmiendo otro rato. Ella accedió, mientras él se daba una ducha.

Fresco, luego de haber tomado el baño, se puso ropa limpia, su sotana, se tomó un café y salió a abrir la iglesia para que la gente entrara a la misa de seis de la mañana.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Bella Durmiente

Había salido del instituto en un horario poco usual para mi. Había pasado todo el día allá clavado, entré a clase a las seis de la mañana y eran las siete de la noche y apenas estaba encontrando el rumbo a casa.

Luego de caminar unos quince minutos desde donde estudio hasta donde debo tomar el colectivo que me llevara de vuelta a casa, llegué y me topé con una fila un poco grande.

La espera fue de casi diez minutos hasta que llegó la ruta que utilizo y me deja frente a mi urbanización. Me subí en el colectivo y era tal mi cansancio que apenas me senté, caí profundamente dormido.

De repente en medio del camino desperté, miré a mi alrededor, aun faltaban cerca de veinte minutos de camino hasta mi casa, a mi lado se encontraba una chica rubia, de ojos azules, con sus mejillas de color rosa y un vestido azul con el cual supuse que iba a trabajar; me miró a los ojos, yo la miré entredormido, ella me sonrió y yo le devolví el presente.

Volví a caer en mi profundísimo sueño, creo que hasta soñaba y hablaba dormido, porque el cansancio era demasiado. De un momento a otro volví a despertar, me faltaban cerca de quince minutos para llegar, pero el tiempo dormido hizo parecer como si hubiese dormido una hora o más. Miré a la chica a mi lado, ella tal vez se había contagiado de mi profundo sueño y estaba disfrutando de su onírico momento también.

Ya dormir se me hizo un poco difícil, pero en mi adormecimiento con el que quedo siempre que tengo sueño tan profundo, pensaba si ella se iba a parar antes que yo, si de pronto se pasaría y así poco a poco me fui imaginando donde viviría, que hacía, cuales eran sus peliculas favoritas. Ella seguía durmiendo tranquila y profundamente. Ni siquiera la despertaba el timbre del colectivo que sonaba muy duro, como si fuera una alarma de despertador.

Cada vez me iba acercando más y más al sitio donde debía bajarme y ésta chica seguía durmiendo, así que pensé en despertarla de una manera sutil para no ir a incomodarla. Abrí la ventanilla a su máximo nivel y el viento entraba con una violencia que pensé la despertaría, pero simplemente hizo que ella se acurrucara más en su saco de pana.

El colectivo empezó a subir la loma que desemboca en mi urbanización y cada vez era más inminente tener que bajarme y despertar a la chica, no supe que más hacer, así que opté por besarla, me incliné sobre ella, puse mis labios sobre los de ella, ella despertó de un golpe, sonrió, me miró.

-¿Qué haces?- preguntó

-Nada- le respondí.

-Entonces, ¿Qué fue eso?

-Nada, yo me quedo aquí y no sabía como despertarte.

Toqué el timbre, me paré y me bajé del colectivo mientras ella me miraba por la ventana y se iba cada vez más extrañada por mi modo de despertarla.

martes, 8 de diciembre de 2009

Sacrificio

Foto: JuanSe

A las siete de la noche, como se lo había dicho, estuvo en casa de ella, el auto que había escogido para recogerla era perfecto pues así estarían ellos dos solos, sin la intromisión de alguien más. Ella se subió al carro, lo saludó con un beso en la mejilla, un abrazo y una sonrisa, él le sonrió también y le dejó a su disposición el ipod para que ella pusiera lo que quisiera.

Empezaron a subir las lomas de Primavera, la ciudad cada vez se alejaba más y dejaba un tono anaranjado a sus espaldas, entraron en un edificio que ella no conocía, en un sector que no conocía, cerca al centro comercial más exclusivo de la ciudad. Lugar al que ella solo había ido en un par de oportunidades.

Bajaron del carro y entraron en el ascensor que se abría con una llave especial y que para subir al piso tocaba introducir la llave para que desbloqueara el numero del apartamento de él en el teclado, él tímidamente intentó tomarle la mano, ella sonrió, no pensó que fuera tan inocente, pese a las intenciones que se le notaban, pues según le habían dicho el día que lo conoció, solo buscaba acostarse con las mujeres que le llamaban la atención.

Todo empezó con la comida, luego se sentaron en la sala a conversar y conocerse mejor, mientras la noche seguía avanzando y las sonrisas amenizando la pequeña reunión que tenía lugar en el apartamento. Él sacó una botella de vino de la licorera, lo sirvió, y tambien un paquete de velas que iban a cumplir con ese ritual digno de los habitantes de Granada, en el cual sacrificaban el fuego y las velas en honor a Dios para iluminar el camino y determinar así el inicio de la navidad.

Los tragos fueron acrecentándose y poco a poco iban haciendo su efecto, él estaba un poco ebrio ya y ella de igual manera también lo estaba, cuando empezaron a buscar sus labios y juntarse de a poco, él metió la mano bajo la camisa de ella y ella no lo dejó adentrarse más, algo de rabia se vio en sus ojos, empezó a usar la fuerza, la tomó de los brazos, le rasgó la camisa y la acostó en la cama, ella se oponía, pero la fuerza de él era mayor, pues su cuerpo esculpido en el gimnasio daban prenda de eso.

Pronto la tenía desnuda y él también ya lo estaba, ella viendose acorralada pero victima de violación por un borracho, estaba tan asustada que la borrachera le bajó y la dejó con el más grande estado de sobriedad que jamás habría imaginado. Dejó que él le hiciera todo lo que pensara, pero su mente estaba divagando, recordando cosas que la habían atormentado en la infancia, el maltrato de su padre, el abandono del mismo. Cuando él hubo terminado lo que tanto esfuerzo le causó, se metió entre las sábanas de seda y satín, acostado al lado de ella y allí se quedó dormido.

Ella dolida por todo lo que le había causado, hizo su propio sacrificio, buscó la llave en el bolsillo del pantalón de él, tomó una botella de whiskey de la licorera, la vació sobre la cama, tomó un encendedor y le prendió fuego, salió del edificio con su ropa hecha pedazos, paró un taxi y se fue.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Alborada

Nota: El treinta de noviembre como es tradición ya, se celebra la Alborada, esa “fiesta” de bienvenida a diciembre que se hace a las doce de la noche y que consiste en llenar de luces el cielo de la ciudad dando a conocer tal vez la alegría del llamado mes más alegre del año.


Maria Paula estaba sentada afuera de su casa, ubicada en la zona más humilde de la ciudad de Primavera.

Su casa era de madera, tablas pegadas una sobre otra con clavos, cimentada en unos palos un poco gruesos que iban clavados en el suelo y que daban cierto grado de seguridad, el techo era una mezcla entre láminas de metal y telas largas de plástico que impiden la filtración del agua cuando llueve, allí vive con su padre, su madre, su abuelo y sus cuatro hermanos menores.

Maria Paula hasta hoy contaba con ocho años de edad, era una niña alegre, limpia y educada pese al lugar qué habitaba en la ciudad, caracterizada ésta por el analfabetismo de la gente de sus zonas marginales.

Eran las once de la noche y pese a que el resto de su familia estaba dormida, ella seguía sentada en la puerta, esperando que la alborada comenzara, la acompañaban su muñeca de cabello rubio y vestido azul y unas chanclas rosa que descansaban en el suelo, porque Maria Paula, cuando mamá se dormía, se las quitaba para deambular por ahí y sentir el frío del barro amarillo bajo sus pies, cosa que le causaba esa risa tierna y característica de una niña de su edad.

Las doce llegó, Maria Paula se sentó apenas escuchó la primera explosión y empezó a ver como las luces empezaban a inundar el cielo de su ciudad, explotaban sobre su cabeza y ella sonreía, le gustaba tanto la subida como la caída de esas luces que luego de explotar en miles de colores caían como brasas anaranjadas y se posaban alrededor y tras el cuerpo estupefacto de ella.

Iban pasando poco a poco los primeros minutos del primer día de diciembre, Maria Paula seguía sonriendo contenta, cuando un grito le interrumpió su alegría, tras ella, su casa se incendiaba y con ella su familia, las brasas anaranjadas que caían del cielo y que le generaban tanta alegría, le estaban generando la mayor tristeza de su vida, esa noche, Maria Paula, luego de sonreír durante diez minutos, lloró el resto de su vida.